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Naturaleza muerta con plato, tazas y espejo. 1998

Nos cuentan que fue Eva al comer la manzana la que nos expulsó del estado de gracia. Vivimos bajo la sombra de Eva, al comer pecamos. La comida, especialmente para millones de mujeres es una zona de combate, una fuente de increíble tensión, el objeto de los más febriles deseos, el motivo de miedos tremendos y el recipiente de una mezcla  de proyecciones en torno a las nociones de lo malo y lo bueno. Parte de las ansiedades de la mujer de hoy gira en torno a limitar la cantidad de comida que una toma. El objetivo sería resistirse a lo que Eva no pudo: rechazar la manzana, un potente símbolo de los deseos en conflicto de las mujeres. Si en la tradición literaria –cristiana, cuentos infantiles, …- se nos advierte que las mujeres son castigadas por tener deseos, la manzana nos hacer ver la ligazón entre pecado y sexualidad femenina a través de Eva y la expulsión del Edén. Fue a través de un acto de comer como el pecado entró en el paraíso, una indulgencia del apetito de Eva que trajo consigo la conciencia de la diferencia sexual y del envejecimiento –ser como la madre-. Rechazar la manzana supone un control sobre las necesidades y los deseos y al mismo tiempo una renuncia al conocimiento del mundo.

El ego establece su propio dominio distinguiendo el adentro del afuera. La comida, como el lenguaje, está originariamente conferido del “otro” y restos o trazas de esa otredad permanecen en cada bocado que uno habla o mastica. Un espacio liminar donde un mismo y el otro puede mezclarse y donde las fronteras de la subjetividad se hacen más precarias. En este sentido Jenny Holzer en “The living series” habla de la boca: “La boca es interesante porque es uno de esos sitios donde lo seco del exterior se mezcla con el interior resbaladizo”. [1]

En el período de intensa dependencia con la madre, anterior al proceso de individualización del yo, el bebé no distingue entre su cuerpo y el cuerpo materno, se experimenta a sí mismo como un todo con el cuerpo materno. Es incapaz de sentirse separado del pecho materno, de la leche materna, la comida todavía no es otro. En el proceso de aprender la diferencia, la comida es una metáfora o un lugar de las relaciones conflictivas entre lo mismo y lo otro, entre la madre y el yo. Susie Orbach es un estudio sobre los desórdenes de la alimentación [2] relaciona la anorexia y la bulimia con la dificultad de la individualización del yo. Serían mecanismos dirigidos a resolver los conflictos psíquicos que ocurren durante el complicado proceso de la individualidad femenina. Los argumentos desde el feminismo más ampliamente repetidos conectan los desórdenes de la alimentación con la definición cultural de la feminidad y sugieren que la anorexia nerviosa es una huida de la feminidad, una forma de protesta contra la imposición de los insostenibles ideales sexuales y femeninos. Perdiendo peso hasta la desaparición de la menstruación, el cuerpo anoréxico niega su propia sexualidad, rechaza encarnara los roles femeninos. El rechazo de la comida implicaría también y al mismo tiempo sacrificio total del cuerpo maternal, identificado con el dar y el hacer la comida.

La anorexia es un síntoma sumamente dramático, sobre todo si reconocemos que existe una dolorosa continuidad entre la experiencia cotidiana de la mayoría de las mujeres y la de la mujer anoréxica. Casi todas las mujeres sienten la necesidad de restringir sus apetitos y disminuir la talla, la diferencia estriba en la radicalidad de la postura de la persona anoréxica. Como cualquier huelguista de hambre está protestando por las condiciones y la negación de la comida es su única forma de protesta muda. De este modo, la comida y la boca son un foco intenso y continuo de control, un lugar de conflicto donde la comida y las palabras no pueden ser totalmente separadas. Expresa con el cuerpo lo que es incapaz de decir con palabras. El cuerpo es su micrófono, el vehículo de una respuesta extremadamente compleja a una identidad confusa del yo, que no tiene otro medio de expresión.

Si seguimos las observaciones de Kristeva la constitución del sujeto implica no sólo una separación –diferenciación, sino más crucialmente un cambio de una relación con el cuerpo materno mediada por el comer (leche del pecho) a otra mediada por el hablar. “A través de la boca que lleno con palabras en vez de mi madre a la que echo de menos más que nunca, yo elaboro lo que deseo por medio de las palabras, del decir» [3]. Parecería que en vez del lenguaje, que sustituye a la madre en el orden simbólico, es la comida la que ofrece un medio de rechazar esa pérdida.

La mujer anoréxica con el rechazo de la comida crea al mismo tiempo una relación pasiva y activa. Es lo que diferencia a la anoréxica del dietista: el cuerpo anoréxico ejerce un control implacable sobre él mismo a través de la negación de los deseos. Someter al cuerpo a una disciplina es parte del intento de negar las emociones con el fin de no ser devorada por ellas. Se niega a sí misma –necesitada, hambrienta, anhelante- y a través de una dieta extenuante y de un ritual de ejercicios agotador se convierte en alguien más aceptable. Es el grado cero del cuerpo: un cuerpo incorpóreo como un desesperado intento por trascender los peligros emocionales y poner a salvo una frágil individualidad.

Es también una protesta política, en contra de una sociedad que despilfarra lo más valioso: las capacidades y pasiones. La anorexia como metáfora de nuestros tiempos nos hace conscientes del complejo papel que tiene la corporalidad y la oralidad (comida y lenguaje) en la constitución de la subjetividad femenina.


[1] An Intimate Distance. Women, Artist and the Body. Rosemary Betterton. Pág. 139. Routlege, 1996.

[2] Hunger Strike. Susie Orbach. Penguin Books. England, 1993.

[3] Poderes de la perversión. Julia Kristeva. Pág. 58. Siglo XXI, Buenos Aires, 1998.