Correspondencias es un proyecto de colaboración con Helena González Sáez.

Envíos. Técnica mixta fotográfica 50×40 cm.
Txaro Fontalba, 2007

Muy querida Anna:

Te hablo de mi cuerpo, que no es el tuyo. He querido jugar a imaginar tu cuerpo, pero no sé. Creo que es de otro material, de otra carne. Ir más allá de mis muelas, de mi nariz, se me imagina como una tarea titánica, como ir a la luna en un cohete, levantar quinientos kilos, un trabajo de Hércules. Los intersticios del sentimiento me quedan más cerca.

El sentir, la experiencia. Ese es un borde difícil, es el borde que invento. Mi cuerpo es un tirano dulce, a veces. A veces dulce y a veces amargo, insípido, salado. Hay algo que lo recorre continuamente. Me pregunto si eso seré yo. No me gusta la proliferación de esta palabra: Yo. Entiendo que es necesaria, y también lo que designa. Aún así, hay algo que no encaja ahí. Un fluido o un fluir. No puedo evitar degustarme constantemente. Mi corporeidad me acerca y me aparta de las cosas. Eso que llamo: la pulpa del cuerpo. La carne que no puedo imaginar. El sabor de mi boca, el espesor opaco de mi cuerpo, los nudillos y las venas de mis manos. Mi peso, mi temperatura, el deslizamiento de mis ojos bajo los párpados, el aire entrando por los orificios de mi nariz, el axis que es mi sexo. Este es el eje a partir del que me desdoblo en pulpa y deseo. De la pulpa no sé nada –la carne que no puedo imaginar. El deseo es consecuencia de otro desdoble: lo que me tiraniza y lo que me libera. Algo de la pulpa desconocida tira de mí para saciarse.

Sé que no hay mas huecos que los que yo pueda inventar. No hay dentro ni fuera. La pulpa que da forma a estas palabras es maciza, atravesada de agujeros que posibilitan su biología. Una lógica de la vida distinta a la de una planta o un cristal o un animal. Sin embargo, al mismo tiempo, la magnitud de mis inventos es tan enorme que me trasciende. Esto solo pasa con el ser humano. Mi naturaleza está ya mas cerca de la invención que de mi biología. Este cuerpo que imagino. Este cuerpo que me roza a todas horas, en todas mis esquinas.

Tengo aquí este corte que hago pasar por todos mis orificios. Así me despliego y multiplico. Me gusta. Los orificios imaginarios coinciden con los reales. La disimetría, la oscuridad, la erogenia, la curiosidad, la incertidumbre me visten. Tan lejos del relativismo, tan lejos de la desmaterialización, de la descorporeización… Para envolverme en esta representación de las máscaras, hay lago más alejado que mi piel. Algo que me viste y está más alejado también que el vestido. Un espacio, una distancia invisible que fluctúa. Esa es mi verdadera piel y me verdadera ropa.

Luego, a veces, esas ganas de quitármelo de encima. Como algo encendido que no puedo apagar tan solo con la voluntad. La piel: puedo considerarla el perímetro, la superficie. Pero todo mi cuerpo es piel. Imagino abrirla, como un abrigo, escarbar, buscar y arrancar ese cosquilleo que lo recorre todo. Aquello que no puedo apaciguar ni domesticar, ni educar del todo.

Helena González Sáez, 2007.