Es cosa bien sabida que el yo necesita al otro para reafirmarse, aunque se prefiera hoy, tras lo que se viene llamando la muerte de la modernidad, un yo y un otro carentes de una identidad homogénea y fija. Parece que el yo erigido como autónomo y siempre en conflicto consigo mismo está en crisis respecto a lo primero y no en mejor solución respecto a lo segundo, al ver multiplicar las diferencias. Desde diversos frentes se propone una subjetividad plural, no jerárquica, no basada en la diferencia sino en múltiples diferencias; un concepto del sujeto contemporáneo como identidad desplazada respecto de las diferencias binarias y de género, que no necesitaría para reafirmarse modelar al otro a su imagen y semejanza, o redimir la diferencia con la mirada, el sentido (unívoco), la historia y el arte.

Un proyecto, el del sujeto contemporáneo, que sin embargo no evita las asimetrías y de ese modo no anula la necesidad y el deseo de reconocimiento, obligando de manera irremediable a aceptar lo irreconciliable.

En este afán de renoconocimiento la estrategia de los más débiles pasa por disfrazarse de estereotipo, sacrificando parte del deseo a cambio de la mirada y el consumo ajenos.

Disfrazarse de «naturaleza muerta» en un espacio «anoréxico», espacio paradójico de sumisión y resistencia. Considerar la subjetividad como un filtro, espacio al mismo tiempo de sujeción y resistencia, tensado entre ambos. Espacio subjetivo no entendido sólo como una transición entre un mundo interior y un exterior, siempre en oposición, sino como un efecto de un exterior, como un tapiz de Penélope en constante hilado y deshilado, pero abierto también al sedimento, a partir del cuerpo como zócalo inicial de sentido.

Trastorno más frecuentemente femenino, la anorexia es interpretada como la protesta muda de una mujer que desea tener un funcionamiento del cuerpo, un deseo propio y no sólo funciones orgánicas y sociales que la entregan a la dependencia. Comportamiento, sin embargo, que no es precisamente liberador, puesto que si por una parte parece resistirse a la muerte, al residuo y al cuerpo sumido a la mecánica, traicionando al alimento, por otra la reduce a convertirse en un ser que busca redención en el control de la carne, cuyo destino es el sufrimiento y en el límite la desaparición. Expresión de un deseo de transformación por y exclusivamente a través del cuerpo.

El cuerpo anoréxio parece negar el deseo, destruir el festín a través de la instauración de un cuerpo semántico, expresión de un deseo producido por un cuerpo demasiado grande, que desborda, que no cabe en los contenidos del propio género. Un cuerpo desbordado, como los exuberantes pliegues que recubren los cuerpos de la escultura barroca, que no son simplemente una preocupación decorativa sino una forma de destrucción del cuerpo, para restablecerlo y transformarlo.

Publicado en el catálogo de la exposición Naturaleza muerta y anorexias. Torre de Ariz. Basauri. Vizcaya, 1998.