Mirem Eraso, directora de Arteleku en 2007 y anteriormente responsable de Documentación y Publicaciones del mismo centro desde 1987, me propuso en 1999 desarrollar y ampliar el texto que apareció en el catálogo Amares, sobre rostro y amor, con la idea de publicarlo en la Revista Zehar.
Una vez recogidas algunas notas para su elaboración, renuncié a continuar con el texto. El índice provisional de temas que me propuse investigar era el siguiente:
- Interrogar figuras de la alteridad, de la comunicación con el otro, figuras de relación: el rostro, las emociones y los sentimientos.
- Interrogar los cambios, las rupturas y los devenires en las figuras de la alteridad: erotismo, amor, rostro, emociones.
- La derrota del rostro en las nuevas utopías de la humanidad interconectada.
- El cibersexo, como comunicación sin rostro, producción capitalista de las emociones.
- Los efectos emocionales de las modernas tecnologías de la comunicación
Las notas que escribí las publico aquí:
TODO ES ROSTRO
“La cara tiene que ser algo para uno mismo, y no algo para ir enseñando por ahí a la gente”.
“Lo que tú necesitas no soy yo: seguro que es un espejo. Pues cualquier otro que no seas tú no pasa de ser, para ti, más que un espejo donde reflejarte. Yo, desde luego, no tengo el propósito de volver a un desierto de espejos como ése”. Kobo Abe. El rostro ajeno.
El rostro ajeno
Kobo Abe, en su novela “El rostro ajeno” describe la cercanía de los corazones a través del rostro y cómo la pérdida del amor se mide en la distancia que se abre entre los rostros, “esa gran lejanía en tu expresión”. El otro pierde su rostro.
Tras un accidente que le desfigura la cara y lo convierte en un monstruo que le obliga a la soledad, a una condición de enterrado en vida, sin punto de comunicación con los otros semejantes, el protagonista de “El rostro ajeno” intenta encontrar un modo de vida fuera del “concepto sagrado de la cara” y que al mismo tiempo le posibilite un pasadizo de acercamiento a los demás y sobre todo, a su mujer. Lamenta no tanto la pérdida de su rostro, sino la falta de vínculos con los demás, su condición de monstruo en soledad. Resistiéndose a la tiranía de un modo de vida vinculado a la cara real, quiere sustituir su pérdida con una máscara, un rostro prestado. Vive entre la desposesión de su personalidad en la máscara, un rostro ajeno y la posibilidad que ésta le otorga de establecer un pasadizo de comunicación con la mujer que ama. Disputa dolorosa.
La máscara como revelación le incita a realizar acciones de las que no tiene que dar cuenta. Se evidencia el poder transformador y destructivo de la máscara en el orden social, la liberación del yugo de la personalidad, de la servidumbre al propio yo, al personaje con biografía que cada uno se construye.
Desposeído de sí mismo, se duplica en un terreno de ambivalencia entre el yo y el no-yo. La máscara es al mismo tiempo enmascaramiento y posibilidad de acercamiento a los demás; recuperación de la identidad y escape de sí mismo. Los límites entre máscara y cara real se difuminan. “La máscara como la verdadera tierra firme”. El rostro es pasadizo de comunicación. El espíritu necesita adornos externos para manifestarse, para cubrirse. No existe diferencia entre comunidad e intimidad.
El rostro plegado
José Luis Pardo sitúa la intimidad y la resonancia interior del lenguaje, en el doblez animalidad/racionalidad, sentido/significado. que se da en el habla humana. Las emociones tienen también un lado cognitivo y otro fisiológico. En la comunicación existen factores que tienen que ver con la voz, el grano de la voz (Barthes). Gritos, gemidos, susurros, rubores son la parte corporal del lenguaje y de la comunicación que caerían del lado de lo irracional y de la animalidad y que constituyen la interacción emocional, el contexto subjetivo de la interlocución. (Gubern).
¿El amor no es el despojamiento de las máscaras? (Kobo Abe). El desnudarse de los amantes es metáfora del alma al descubierto. Las almas bellas se desprenden de las máscaras. ¿La seducción no es el arte de la máscara, de velar y desvelar? (Gil Calvo). Deseo infinito, imaginario y máscara.
El yo abarca la diferencia en su seno y las máscaras son las intermediaciones, aquellas herramientas que establecen provisionalmente una situación de compromiso, una membrana plural a través de la cual interpretar el mundo. Es un rostro plegado, que complejiza las interioridades y las exterioridades. La ambivalencia del rostro, el doblez y el doble que lleva consigo, ese no ser nunca igual a sí mismo, implica la alteridad, la diferencia, el llevar reflejado al otro. (José Luis Pardo). El rostro es un espacio privilegiado de comunicación tanto con el mundo como con uno mismo (Cole).
El rostro está cargado de significaciones que afectan al yo y al otro. Vivo en la expresión facial del otro, del mismo modo en que siento a él vivir en la mía. Es un puente, un vínculo vivo entre el yo y el nosotros. La evolución del rostro humano nos puede enseñar mucho acerca del papel que ha desempeñado en la supervivencia y la sociabilidad. Pelos, boca, beso, coito (frontal), mirada, ojos, rostro y genitales. El rostro es herramienta en el proceso de hominización, del desarrollo cognitivo, la inteligencia emocional y la capacidad empática. El rostro de la madre y el bebé. Pero será en el amor cuando el rostro adquiera en su edad adulta otra vez un significado y un tratamiento especial. Cuerpo, rostro y erotismo (Yourcenar “El más amante”).
En el rostro está todo
El retrato es valor de expresión universal y también valor de sometimiento. El modelo clásico, el concepto sagrado del rostro, establece la armonía clásica entre rostro y corazón, para la apropiación de los corazones (Félix de Azua). El rostro constituye la superficie más reveladora de las emociones, la más expresiva, la más desprotegida emocionalmente del ser humano. La tradición literaria sobre el rostro arrastra una doble y contrapuesta concepción: en el rostro está todo (McNeill), es la máxima verdad y a la vez puro espejismo. Y por lo tanto arrastra una doble y contradictoria reputación.
Existen otros modelos del rostro, como son: la transformación del rostro en los primitivos, la ocultación del rostro en las mujeres árabes…
El siglo XX asiste al otro lado del rostro, a su deformación, la fealdad, lo monstruoso. El declive de su hegemonía es paralelo a otras deformaciones del cuerpo. Y en su desaparición como figura de alteridad e intimidad. Del rostro humano a la interfaz de la computadora; del abrazo frontal al cibersexo; del retrato al espectáculo de masas de los realitys shows; la sobreexposición del cuerpo a la devaluación del mismo; la intimidad a la pornografía del rostro y la industria de las emociones.
Ese soy yo
Eso que Carmen Martín Gaite llamaba la “búsqueda de interlocutor”, se vuelve profecía apocalíptica y cumplida en “La Intimidad” de José Luis Pardo. En una sociedad dominada por los medios de comunicación de masas, que dejan cada vez menos resquicios para la interlocución, emisor y destinatario se desvanecen; no hay nadie al otro lado; la pantalla rebota. Del emisor despótico de la televisión se ha pasado a la dictadura ciega de las audiencias y la ficción de la comunicación democrática: televisiones a la carta, canales de pago, portales en Internet… Los viejos moldes teóricos que nos hacían pensar en los medios de comunicación de masas como una forma de recibir mensajes de fuera se convierte en un círculo cerrado donde uno es el destinatario de sí mismo. La incertidumbre de la alteridad es sustituida por la banalidad y la trivialidad. La comunicación es la parodia del otro, la caricatura de la otredad, la planitud de la pantalla. La gran fagocitosis del otro, el canibalismo del otro, la posesión del otro. La intimidad ha sido absorbida por el escenario y convertida en imagen sin espesor. (Jose Luis Pardo, La intimidad).
Encender el ordenador y contemplar la pantalla es observar el cóctel de los deseos de personalizada con mis gustos, mis preferencias, mis canales: ese soy yo. No un lugar de interlocución, sino la interactividad como un espejo de uno mismo. El rostro como figura se convierte en código. La escenificación de la intimidad: todo me invoca, me nombra, me solicita. One to one. Medicina personalizada. Genoma. El ADN, como pasaporte de la identidad. Ciudadanos de cristal, transparentes para los poderes de un inquisitivo estado orweliano. (Gubern). La máquina que reconoce los rostros.
Postrostros
El anunciado paso a lo postcorporal, lo postorgánico, significa también maquinizar el cuerpo. La publicidad cada vez menos lanza sus mensajes como información, sino como sensaciones. Las sensaciones, las emociones, son menos producto de nuestro intercambio con la realidad y cada vez más un producto fabricado. Mercadotecnia. El gusto por el gore, el terror, la realidad virtual. El odio del cuerpo es su explotación despiadada. (Dery, Le Breton)
La pornografía tiene dos centros de interés: los rostros y los genitales. Felación. Eyacular sobre el rostro. En realidad, la pornografía suprema no está en los genitales, como quiere la tradición puritana, sino en el rostro, en su condición de sede expresiva de las emociones más íntimas, que se delatan contra la voluntad del sujeto. El rostro como sede suprema de las emociones incontroladas. Pornografía de la crueldad en las snuff movies. La muerte. Laocontes. El rostro descompuesto por el dolor. (Gubern)
El destinatario deja de existir por exceso de actos de referencia: se le interpela todo el tiempo, se le invoca, se le solicita, se le designa… Un gigantesco escenario de la intimidad. Paroxismo. Se busca ese momento cenit, de la lágrima, del llanto, del dolor, la verdad del rostro, pero no robada en el anonimato, sino la emoción canibalizada y adulterada por el medio, el escenario. Fabricación de los otros y de su intimidad, para el consumo.
Si lo corporal descomponía el cuerpo, lo fragmentaba y liquidaba la soberanía del rostro, la poscorporal prescinde de él, al prescindir de la presencia. Interacciones sociales que prescinden del cara a cara y de la voz, cada vez en mayor medida. Si el rostro es un pilar del humanismo, lo antihumano es lo monstruoso. Las nuevas esclavitudes de lo poshumano, lo poscorporal, lo posrostral.
Txaro Fontalba, 1999
Revisado en 2020