Galder Reguera.
Galería KalAe.
No suele ser habitual el hecho de que dos creadores presenten una exposición conjunta en la que del diálogo entre las obras de uno y otro surjan significados nuevos, no contenidos en cada propuesta de modo aislado. Por ello, cuando esto sucede, conviene estar atento, pues esos significados se disolverán en el momento en que la exposición se dé por clausurada y, consecuentemente, las obras de uno y otro regresen de vuelta al estudio de dónde salieron o, si hay suerte, encuentren nuevo acomodo en las paredes de diversos coleccionistas.
Antes de que esto último suceda, por tanto, es de recomendar visitar la exposición que ahora presentan en la nueva Galería KalAe las artistas Helena González y Txaro Fontalba. Se trata de una muestra que se presenta como la continuación natural de la que realizaran el año pasado en la Ciudadela de Pamplona, titulada El monstruo menguante, que fue prologada con un precioso texto del artista Juan Luís Moraza. Carne, amor y fantasmas hace referencia a tres ámbitos en los que se enmarca el hecho humano. Lo biológico, la carne; las relaciones interpersonales, el amor; y aquello que limita el acceso a la libertad plena, los fantasmas –de cada uno, de todos–. Estos tres grandes temas son afrontados de modos diversos por ambas artistas. Modos que, sin embargo, machihembran de tal manera que la exposición se erige en una única y compacta propuesta. Por un lado, atendemos a los dibujos, cargados de sensibilidad y sentimiento, de Helena González. Imágenes del cuerpo en las que los blancos, el vacío, tienen una importancia fundamental. La línea parece en ellos manchar el papel y pedir perdón por ello. Así, los retratados se antojan personajes modestos, casi insustanciales, por pequeños. La consideración del ser humano, en estos dibujos, es la de aquel espacio que delimita el vacío, interrupciones puntuales en la nada del universo, muy poca cosa. De hecho, es subrayable que las únicas manchas de color que Helena se permite son aquellas que representan las sombras de los cuerpos retratados. La paradoja está servida. El hombre, ese pequeño ser con una enorme y alargada sombra negra.
Txaro Fontalba, por su parte, se recrea en la carne, en la exaltación del hecho biológico. Somos, fundamentalmente, carne y sangre, sangre y carne. Sus propuestas, en este sentido, juegan a imbricar el ser biológico con otros aspectos de lo humano. Mandíbulas hechas mobiliario, carne que deviene un lecho que se pliega en sí mismo… la celebración ambigua de la víscera.
Y he ahí que las dos propuestas convergen en una sola: la forma (Helena) que acoge la materia (Txaro), o bien al revés, la carne que determina las líneas curvas que en puridad es todo cuerpo. Nunca se sabe.