Xabier Saénz de Gorbea.

La exposición de Txaro Fontalba y Helena González Sáez es el resultado de la confrontación de ideas a partir de unos planteamientos iniciales comunes que luego son traducidos por cada una en su lugar de trabajo. Todas las referencias tienen que ver con el cuerpo, aunque luego las obras sean muy distintas entre sí. La primera se relaciona con el mundo de los objetos y toma la parte como un todo; la segunda crea una máquina de sueños por medio del dibujo y representa procesos íntimos.

LA OBRA SINTONIZA CON EL TALLER
Txaro Fontalba (1965) tiene el taller en Pamplona y sus obras ofrecen una imagen que se hace con el lugar. Relaciona mundos aparentemente alejados y traslada lo oculto hacia una temporalidad que se extiende sin límites. El somier cuyos muelles están compuestos por letras nos introduce en el destino de las cosas y un uso que no es meramente funcional. La cama plegada cuyo colchón está hecho de roja carne se muestra como una carnívora boca. El ser humano está hecho para comer, pero puede también ser engullido. Una composición de carne que necesita la energía de más carne.

La materia es transubstanciada a los más diversos elementos. Una carne mortal desde la que habita el impulso y está dotada de una total verosimilitud. A punto de ponerla al fuego, la chuleta se convierte en otra experiencia. El filete se transpone a paradójicas situaciones que provocan equívocos y propician connotaciones. La carne puede plegarse y se hace sobre, cuya misiva de sangre y venas está dispuesta a ser enviada. Crudeza a punto de quemarse. Identidad en vena.

Pensar en uno mismo es certificar la existencia de lo que es tanto interior como exterior, lo que se come y lo generado forma parte de la existencia. Una carne que dialoga y habita, como si fuera un personaje y tuviera su propia vida. Uno es troceado y trocea en eterno trueque. Son zozobras de la experiencia y al mismo tiempo sirven de analgésicos para el transcurrir. Vestigios de otra vida. Una violencia que se hace punto final. Cartas sin destino.

DIBUJO ÍNTIMO
Helena González Sáez (1964) es de Basauri y su trabajo acaba de ser refrendado con la beca Juan de Otaola y Pérez de Saracho. La autora se ofrece en las pequeñas dosis de un dibujo íntimo que penetra en el subconsciente. Los abismos de la imaginación se decantan por una línea clara, cuya limpieza abre surcos y deja huellas de lo que apenas puede decirse con palabras. Una buena ejecución y muchas cuestiones sobre la blanca superficie del papel. El soporte deja de ser neutro y se carga de sentido con los trazos ligeros de la artista. Un desafío de cuerpos, un desatino anatómico, todo es metamórfico y capaz de recobrar el aliento sensible de lo poético. No con los tópicos del momento, sino con la traducción mayúscula de una mente abierta, expansiva y en marcha.

La artista hace un trabajo solitario y lo llena con todo tipo de situaciones y presencias. La mente no para de trabar relaciones y de integrar el cuerpo en historias que se deslizan íntimas y penetrantes. Un psicoanálisis permanente y una vida en tensión que habita en lo conocido y en lo por conocer. El resultado es un cadáver de lo ya transcurrido. Lo inerte de un proceso. La habitabilidad de distintas alteridades cuyos límites se ponen al descubierto. Como dice: «Procuro inventar cosas que no me duelan, inventos que alivien mis dolores y mis malestares. Invento fuera de mi cuerpo con cosas que se parecen a mi cuerpo».

Txaro Fontalba ofrece la concentración y el repliegue anatómico y Helena manifiesta el despliegue de la variabilidad. En ambas, el tránsito de un desdoble: la palabra y el deseo. Hablar de uno supone hacer presente otros muchos otros. La exposición Carne, amor y fantasmas se presenta en la galería KalAe de Bilbao hasta el próximo 25 de enero.

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