“Una sociedad que no distingue entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar, porque se las come todas por igual, es una sociedad primitiva, una sociedad de pura subsistencia.” Santiago Alba Rico

Mercado, mundo-consumo, mundo-consumido-devorado-consumado-tragado. Atragantado. Todo se consume, todo es comestible. El destino de las cosas es su rápida desaparición, la obsolescencia, convertirse en basura. Vivimos en la era insaciable de la bulimia de los mercados. La mirada es caníbal. El sujeto bajo el imperativo del consumo se consume y es consumido.

Vista de la exposición «Las horas atragantadas«

La operación simbólica del arte opera (o más bien operaba) en un espacio de ilusión que permitía separarse de lo real –cuestionar, interrogar, sostener lo real- a través de la invención de las formas. Esta capacidad simbólica ha sufrido un retraimiento; la separación entre el espacio ilusorio y la realidad se ha acortado. Las imágenes son cosas, tienen en el mundo-consumo tanta consistencia como los objetos. Y ya no reflejan, representan o imaginan la realidad, sino que la cubren, la doblan, la saturan. “Un mundo que no se radica en lo simbólico sino que opera más bien un desmembramiento imaginario” (Recalcati).

Los objetos de consumo se caracterizan por ser apropiables, productibles y monetarizables. La producción incansable y anónima de objetos iguales entre sí produce objetos fetiches intercambiables. La realidad se retrae por interposición de una realidad paralela, doble. Es la proliferación de las representaciones como apogeo de la copia, el simulacro, la simulación. El interés de la realidad parece radicar en su carácter reproducible: técnicas de simulación, de hiperrealidad, de ampliación de la visión o de realidad aumentada. Se produce un efecto de realidad alucinada, que da como resultado que la realidad permanezca incuestionable, que impide que la realidad se cuestione.

Los mecanismos del mercado permean en el arte y no sólo en el sentido de la producción de objetos reproductibles, réplicas o copias de un original, a la manera que apuntó Walter Benjamin. Más bien, la crisis de la representación que viene aquejando al arte parece tener que ver con el deseo de representar la productibilidad de la realidad o más bien el mecanismo de su reproducibilidad.

¿Cómo romper esta saturación anestesiante de objetos e imágenes? ¿Cómo hacer agujeros y permitir que las cosas se ausenten de sí mismas y crear una distancia dentro de ellas? Introducir la risa, descolonizar el objeto, desalojar algo en ellas, crear un hiato, una vacío, un agujero, una boca. Una falta, un agujero en el espacio saturado, donde pueda circular el deseo. Ganar la diferencia, la no coincidencia, la herida abierta de la presencia.

¿Sabemos quizá que no tenemos más alternativa frente a un objeto de consumo, que otro objeto de consumo? “Todo se consume”, nos recuerda Lacan. ¿No tenemos más alternativa frente a una imagen que otra imagen, aunque sea destruida, violentada? La anoréxica, en su renuncia a comer parece subvertir el consumo, rebelarse a la lógica del consumo: no consumir nada, o mejor consumir la nada. El otro social del capitalismo se muestra como completo, conteniendo todo aquello que el sujeto puede necesitar. Es un Otro que se muestra sin falta, omnipotente, empujando al goce, exigiendo el goce, aún el goce de la privación.

La bulímica parece someterse al consumo, comiendo todo, pero en el acto del vómito pone en evidencia la inconsistencia del consumo, la nada del objeto. La subversión anoréxica es sólo aparente. Dice “no” al consumo y a la mercancía, pero esto no la excluye a ella, que muestra su cuerpo delgado, fetichizado a la mirada. La posición bulímica parece mostrarse afín a la lógica del capitalismo, comiendo todo y provocando la repetición del vómito, consumo desenfrenado y reciclaje extenuante, mostrando al mismo tiempo la inconsistencia del objeto. Los objetos de consumo son sólo débiles subrogados. Dentro de objeto no hay nada. Dentro, detrás de la imagen no hay nada, la realidad escamoteada.

Txaro Fontalba, 2011

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