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Y un motivo iconográfico recurrente resuelto en formalizaciones variadas fue la confrontación con los esteriotipos y el rechazo del encorsetamiento impuesto por las convenciones sociales, argumento que fue abordado por Victoria Combalia en la colectiva Cómo nos vemos […]

Solo algunas artistas mostraron explícitamente su asimilación de la iconografía feminista, rindiendo homenaje a trabajos emblemáticos ya clásicos, como Concha Prada, con Támpax, que reivindicaba la Red Flag de Judy Chicago. O entraron en diálogo y rivalidad con la autoridad duchampiana, como Txaro Fontalba, con obras como Rostro-útero; y posteriormente Elena de Rivero, desdoblándose como Rrose Sélavy en su jugada de ajedrez frente a Marcel Duchamp.»