El precio que han pagado los humanos por el lenguaje es el atrangantamiento.

Algo se desprende. Cae. El cuerpo cae de la ropa, la carne cae del esqueleto, quedan los órganos extraídos del cuerpo, como la sonrisa en Alicia en el país de las maravillas que persiste sola aun cuando el gato de Cheshire ya no está presente. Una sonrisa sin gioconda.

Hablar de lo imposible, repetir lo indecible, escribir las huellas, si se puede, es gracias a un desprendimiento, una circulación entre el cuerpo y la palabra que trae a la luz de la imaginación la carne cruda, que sin adaptarla, ni atraparla, la sostiene, la sujeta, para dejarla ir, caer. “Lo activo es lo que cae, lo que desciende” nos recuerda Deleuze. La caída es lo más vivo, aquello que experimenta el viviente con mayor intensidad: es el ritmo activo. La separación, el filtro hace posible el mundo, la vida; las redes y paracaídas permiten el desprendimiento; superficies de agujeros, líneas de nivel sostienen al sujeto. “La vida se reitera para recobrarse en su caída” (Klossowski).

La carne, zona común entre el hombre y el animal, es una sustancia que está en la órbita del hambre; es lo comestible, lo consumible, cuyo destino es su rápida desaparición. La carne cruda, animal es también pincelada, escritura, paisaje, objeto, carta de amor. Carne sujetada, a veces horadada, perforada. La carne es esa zona común entre el hombre y el animal, una zona indiscernible: tauromaquia y pasión de la carne. La carne como el límite y sinsentido de la certeza corporal.

La transición de lo crudo a lo cocido es una operación antropológicamente básica, constitutiva de lo humano. El psicoanálisis diría que “no hay crudo sin cocido”: a través del cuerpo nos inscribimos en la cultura. Lo crudo y lo cocido hacen referencia a los diferentes modos en que la cultura se apodera del cuerpo, y también a las variadas formas en las que el cuerpo integra y organiza las abstracciones del orden social. El cuerpo es un punto material donde se cruzan la naturaleza y la capacidad para transformarla y salir de ella; lo público y lo privado; lo individual y lo colectivo.

La tradicional encrucijada entre naturaleza y cultura, de la que el cuerpo es un índice privilegiado, parece hallarse en estado crítico. Igualmente la diferencia y las fronteras entre lo comestible y no-comestible, es decir lo destinado al puro consumo y lo destinado al uso o a la mirada, a la contemplación parecen disiparse. Las distancias caen, el tiempo se hace instantáneo.

El filtro, como red de agujeros, ya sea carro de la compra, malla, red de palabras, como superficie agujereada permite un recorrido, una transición; permite e induce el recorrido de la naturaleza a la cultura, de lo real a lo simbólico. El filtro sería una frontera frágil como todo signo cultural y también límite inquietante, tensionado.  El filtro es aproximación, conexión a la vez que distancia, diferencia y autonomía.

Los objetos son receptáculos singulares de la memoria afectiva y de las huellas corporales. “Los objetos, la firma humana del mundo”, (Roland Barthes). Los trasvases, los dobles, las duplicaciones, los simulacros, la virtualidad, lo falsario, el tartamudear de los objetos son lugares para el humor, la extrañeza y la heterogeneidad, para la no coincidencia del objeto consigo mismo. Y en estas distancias, huecos e intervalos residen el misterio y la hilaridad.

La obra se plantea como teatro de operaciones donde carne y objetos se encuentran, se penetran y se capturan mutuamente. Devoración, sodomía, cópulas, embarazo, el quiasma, doble capturas o “boda entre dos reinos” (Deleuze). Diferentes fuerzas actúan sobre las imágenes: la idea, el corte, el desplazamiento, el giro, el pliegue, el nudo, la distorsión, el desenfoque. Dispongo los elementos como en un bodegón o naturaleza muerta. Los carros de compra actúan como filtro, hacen “pasar” la carne por su red de agujeros. El filtro permite establecer un espacio, una distancia a partir de la cual podemos mirar y renunciar a comer; un tiempo suspendido que permite mirar al animal cazado antes de ser consumido, devorado. Hago suspender la escena de la devoración. Devolver su poder a la vida. El cuerpo como filtro y resistencia, que corrige el timón de la pulsión de muerte para hacerse responsable del mundo.

Txaro Fontalba, 2011

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